Si la característica principal del torneo mexicano es que casi todos (ricos y pobres, de nueva creación y de abolengo, de reciente ascenso y de larga estancia en primera) aspiran a pelear por el título, una de las excepciones que a menudo confirman la regla es el club Guadalajara.

Por supuesto, se coronó apenas tres semestres atrás, aunque eso no cambia una realidad difícil de digerir para la feligresía del Rebaño: que a su equipo no le alcanza la calidad ni para estar entre los ocho mejores, lo que le confirma como un proyecto de medio pelo, mediocre, incapaz siquiera de meterse a una liguilla a la que va quien suma el cincuenta por ciento de los puntos en disputa –por poner un paralelo, un teórico gigante que en Europa totalice la mitad de las unidades (serían unas 55) estaría más cerca del descenso que de puestos europeos, y generaría un escándalo en protestas e inconformidades.

A Chivas se le perdona más (digo mejor: le perdonamos más) por su tradición cerrada a elementos mexicanos, tal como con el Athletic de Bilbao se tiene mayor cautela al señalar un fracaso: el común de los devotos chivas, como el común de los seguidores vascos, prefieren no levantar trofeos antes que hacerlo traicionando su ideario. No obstante, el cuadro tapatío dispone de algo adicional: tal maquinaria para producir dinero como para comprar a los futbolistas a ese precio más costoso al que suelen inflarle cada eventual fichaje.

Mercadotecnia, derechos televisivos, partidos en Estados Unidos, valor de la marca, venta de parafernalia: lo suficientemente elevados para permitirse la contratación de lo mejor que haya en el mercado.

Cuanto estelar mexicano que no quiera o pueda militar en Europa, tiene que ser adquirido por Chivas. Por pensar en los últimos años: Oribe Peralta, Elías Hernández, Víctor Guzmán, Javier Aquino, Néstor Araujo. El Guadalajara intentó más de una vez comprar a varios de ellos, pero con intentar no basta. El título anterior llegó con Pizarro, Pulido, Gallito, Brizuela, Alanís, Pereira, Orbelín. El siguiente no llegará por ósmosis ni cargando toda la presión a lo que las fuerzas básicas con tanto padecer generan, en un plantel que no aportó mundialista en Rusia 2018.

Chivas se encuentra en ese mismo punto en el que estaba cuando Jorge Vergara compró la institución: en la mediocridad. Irá a un Mundial de clubes, aunque lo efectuará desde las carencias, sabiendo que apela más a la voluntad que al talento, puesto a suplir lo que le falta de futbol con esfuerzo.
Como muestra, lo que ha vuelto a experimentar en la Liga Mx: no meterse de nueva cuenta a una fase final a la que se califica nadando de muertito. Más grave incluso, acostumbrándose a no haber calificado, viéndolo ya como algo casi natural.

Twitter/albertolati

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